El Proceso de Franz Kafka es una obra cuyos referentes podrían encontrarse fácilmente en la vida del torturado y atribulado escritor (que en realidad nunca aspiró a ser escritor, cosa de la que dan buena cuenta los capítulos inconclusos y desordenados adjuntos en la novela inacabada). De todos modos, el principio y el final de la obra pueden servir para tentar la idea vertebradora y conclusiva de toda la obra: el desaliento ante la justicia opaca, inapelable e inexorablemente demoledora. Un leitmotiv pesimista, pesadillesco y, a la postre, kafkiano. Pues no es sino leyendo a Kafka que este adjetivo cobra vida.
La condena empieza desde el desconocimiento. A pesar de que Josef K., el protagonista, ignore los motivos de su detención, ello no será óbice para que no ceda ni un ápice en su lucha contra la sinrazón de la justicia, representada en una suerte de funcionariado corrompido e irreal. Muchos detalles que arrojan coherencia sobre el asunto se ignoran y en lugar de eso, Kafka pareció centrarse en una crítica capital hacia la incomprensión del sistema judicial y su aislamiento en una remota torre de marfil. El pintor Titorelli es como un adivino, un clarividente con afortunadas influencias y de incisiva charlatanería:
Estamos hablando de dos cosas diferentes: Por un lado está lo que establece la ley, y por el otro, lo que yo he visto personalmente. No lo confunda usted. La ley, y no la he leído, dice que el inocente será absuelto. En cambio, no dice que se pueda influir en los jueces.
Dejándome a muchos otros en el tintero, Titorelli es el personaje que mejor funciona alegóricamente como el oráculo de Josef K. para descubrir los tejemanejes de un sistema judicial que le es inexpugnable e inalterable.
Siendo detenido desde la primera página, Josef. K no cesa en su vida cotidiana, sentimental y privada. Y, después de un año, todo ha sido en vano. Nada ha servido, si bien todo el mundo, desde las niñas de Titorelli hasta el capellán de la catedral, pertenecían de algún modo u otro al tribunal. Todos parecían estar en una inefable conspiración contra Josef. K, solo ante la justicia, que de un modo implacable y silencioso, ejecuta al protagonista, sin saber el motivo de su condena:
La lógica de las cosas es inquebrantable, pero a un hombre que quiere vivir no se le resiste. ¿Dónde estaba el juez, al que nunca había visto? ¿Dónde estaba el tribunal supremo, al que nunca había llegado? Levantó las manos con todos los dedos abiertos. Pero las manos de uno de los hombres se posaron pesadamente sobre la garganta de K., mientras el otro le clavaba el cuchillo en el corazón, dándole dos vueltas. Con ojos a punto de quebrarse, K. vio todavía cómo los dos, mejilla contra mejilla, estaban agachados sobre su cara para observar el final. "¡Como un perro!", dijo. Era como si la vergüenza fuese a sobrevivirle.